Sunday, April 01, 2007

De cómo Sofío da muestras de grandes capacidades olfativas

(Capítulo Primero de la novela: La suprasensible y particularmente individual historia de Sofío Feliciasi)

—Me parece que tiene que levantar la nota mijito –dijo la maestra Mariela a su alumno Sofío, utilizando un leve, aunque inconfundible tono de ironía.

Sofío se agachó lo suficiente como para que sus manecillas de niño inocente alcanzaran el suelo y recogió el papel que se le había caído. Acto seguido, plegándolo cuidadosamente se lo guardó en uno de los bolsillos laterales del guardapolvos.

—Ya está –dijo–, ya la levanté.

—No me refiero a ese tipo de nota.

—¿A qué tipo se refiere entonces? –inquirió Sofío.

—Otro tipo. Ese, al que tú te has referido recién, dejó de tener importancia.

—Ah, bueno –dijo Sofío y tiró al piso la esquela.

—¡Levanta esa nota inmediatamente! –gritó la maestra y su alumno obedeció.

—No la entiendo miss Mariela –dijo Sofío tratando de disimular su mal humor–. Hace un rato me dijo que la nota no tenía importancia.

—No me has entendido, dije que «ese» tipo de asuntos no tiene importancia –contestó la docente y agarró a Sofío de los hombros en actitud desesperada–. Lo que a mí me importa son otros tipos, ¿me entiendes? ¡Otros tipos!

—¡Mariela! –gritó la profesora de Asuntos Internos, señorita Gibraltasia, que justo en esos momentos pasaba por allí realizando su ronda matutina para comprobar que todo estuviese en orden.

—¡Gibraltasia! –contestó al grito de su colega la maestra de Sofío–. Esto puedo explicártelo. No es lo que piensas.

—¿Te parece bonito andar ventilando tus asuntos con los tipos? –la docente de Asuntos Internos entró al aula blandiendo su regla reglamentaria que utilizaba para propinar reglazos a todos aquellos que alterasen el orden en la alta casa de estudios, Colegio San Rocco–. ¡Y encima a tus propios alumnos!

—¿Por qué pluralizas tanto? –quiso saber Mariela– ¿Por qué dices mis “propios alumnos” si en realidad tengo a uno sólo; Sofío? –y señaló al niño–. Los demás ya se fueron a sus casas, a este lo dejé después de hora.

—No tengo por qué contestarte eso, yo sólo respondo ante la Benemérita Profesora de Estudios Gramaticales. –Pronunció esto último con voz altiva.

—No viene al caso –dijo la maestra de Sofío–. Además yo no estoy ventilando nada.

Sofío, en forma muy disimulada se apartó de las docentes y llegó hasta una de las ventanas del salón. Con minuciosidad la abrió de par en par. “Ya que miss Mariela no quiere ventilar nada –pensó–, por lo menos yo voy a ventilar el salón. Algo huele mal en Dinamarca.

—¡Qué sentido del olfato tienes, Sofío! –exclamó Mariela como si hubiese leído el pensamiento de su alumno– Percibir los olores dinamarqueses desde aquí es algo fuera de lo común.

—¿Cómo supo que yo había olido... —quiso saber Sofío, pero no pudo terminar de formular la pregunta a causa de la más que inoportuna interrupción de la profesora de Asuntos Internos.

—¡Basta de cháchara! –dijo Gibraltasia– Esta vez has ido demasiado lejos Mariela, voy a tener que informar a mis superiores.

Y sin más, giró sobre sus talones y salió del aula.

—¡Gibraltasia nooo! –gritó Mariela y se fue tras su colega, dejando a su alumno completamente solo.

Entonces Sofío aprovechó para hacer las travesuras típicas de todo niño de su edad.

Primero se cercioró de que no hubiese nadie en los pasillos y luego fue al escritorio de la maestra y buscó su cartera. Cuando la encontró la abrió y extrajo de ella un teléfono celular y marcó la característica de Dinamarca y después un número de ocho cifras compuesto por dígitos completamente azarosos. Cuando atendieron, él preguntó si allí había algo que oliera mal (Sofío dominaba todo tipo de dialectos daneses). Le contestaron que en los últimos días se había congestionado el sistema de cloacas y también se hablaba de ciertos casos de corrupción que empañaban el prestigio de ese país pero que, más allá de eso, las cosas se desenvolvían con normalidad. Conforme con eso, Sofío cortó el teléfono y se puso a curiosear en la cartera de la maestra. Encontró una revista de crucigramas, una caja de pastillas para adelgazar y otra con anticonceptivos. Prolijamente intercambió el contenido de ambas cajas y las dejó en el mismo lugar de donde las había sacado. Como Mariela seguía sin aparecer, tomó un lápiz y, fijándose con atención en las soluciones, completó los juegos que traía la revista de crucigramas y hasta se dio el lujo de corregir dos respuestas erróneas que había puesto su maestra.

Diecisiete segundos después apareció Mariela cogida del brazo de la profesora de Asuntos Internos. Ambas se veían tranquilas y relajadas.

—Muy bien mijito –dijo Mariela–, ya puedes irte y no olvides entregarle la nota a tus padres.

—No señorita –contestó Sofío con la típica sonrisita de niño bueno. Un angelito de criatura.

Cuando se fue, Gibraltasia acarició la oreja derecha de Mariela y le dijo:

—Bien querida, ahora podemos continuar con lo nuestro.