Tuesday, October 24, 2006

La tómbola en la ciudad babilónica

Antigravedad. Así defino yo a un modesto modo de escritura que acabo de crear. La cuestión es simple. Se trata de escribir un texto coherente y cohesivo sin utilizar palabras graves que son las que más abundan en el español. A continuación le muestro el primero de mis engendros, se trata de una reversión del cuento de Borges, "La lotería de Babilonia". Lean nomás y dejen comentarios de cualquier índole.

La tómbola en la ciudad babilónica

Al igual que cualquier mortal de la ciudad babilónica, fui rey y fui peón. Fui Gardel, fui ratón. Fui bacán, fui buchón. Fui sultán, fui botón. Fui pachá y bufarrón. Conocí las cárceles y el desamor. También fui mujer. Total, acá da igual. Podés ser animal, zapallón, o a lo mejor un gran profesor. (Discépollo lo corroboró). Mirá, me corté un índice, ¿y qué? Mirá, me tatué en el estómago, en la zapán, el símbolo Beth y la verdad no entendí por qué. Ni te sé decir que es el Beth, ni el Aleph. Nomás fingí entender y así parecer más fifí. ¡Ah! Mas conocí lo que ningún filósofo helénico va a conocer jamás (ni en el más allá): el no saber, el ignorar. Yo aprendí a dudar.

Cambiar fue mi religión. Fui católico, musulmán, mormón. Recé el Corán, leí la Torah, reflexioné en el Talmud. Adoré a Jehová, a Alá y a Jesús. Aclamé a Hipólito, me enchastré los pies por Perón. Después me militaricé y desaparecí. Luché por mi nación, también la ataqué. Comí, me curé y eduqué con Alfonsín (mas me inflé). Me privaticé. Me ajusté. Me ajusté más.

Te voy a contar el por qué de mi situación de fluctuar y fluctuar. Yo viví (ya no), en la ciudad babilónica, que, cual gran kermés, se dedicó a ejercer el control a partir de la tómbola. No me calenté por conocer su fundamentación histórica. No sé con qué fin está. Mas, en mi nación, la tómbola es la principal realidad. Allí jamás medité en tal institución del azar; hoy, lejos de la ciudad, se me dio por pensar.

Mi papá me contó que la situación inicial no fue de éxito. Comenzó cual típica diversión de chantún. Me refirió, no sé si con verdad, que el cupón pa’ jugar comenzó vendiéndose en el lugar en el que, por lo común, te vas a rapar. El ganador beneficiábase, sin más corroboración del azar, un simpático dineral. El proceder fue elemental, ya lo ves.

Y así fue que tal tómbola fracasó. Su virtud moral no existió. No se dirigió a la total facultad del mortal, únicamente a su fe de poder triunfar. La sociedad que fundó la tómbola comenzó a perder parné. A fin de revertir tal situación, se optó por variar un poquitín. Se adicionó a la satisfacción de ganar, el garrón de perder. Consistió en proponer en el sortear, la posibilidad de pagar en vez de recibir. Sacar diez números de favor y un número fatídico. Así, el interés del público se despertó y hoy, ya son fanáticos de la tómbola. “Si querés venir a vivir a la ciudad babilónica, ¡tenés que comprar un cartón y jugar a la tómbola! Te saldrá un doblón o a lo mejor tres; con símbolos numéricos, grafemáticos o de los dos. Ya sabés, podés ganar o no, mas te divertís un montón.”, se cantó en la publicidad radial. En mi nación, no jugar fue fatal; fue de maricón, de pusilánime, de cagón. Después, tal desdén se duplicó: se despreció al no jugador, y también al perdedor. “Si pagás sos un boludón”, se gritó por allí. La Sociedad debió velar por el ganador a quien impedíasele cobrar si en primer lugar el perdedor absteníase de abonar. El juez condenó a poner el vil metal o ir a parar a las cárceles por querer pasar por gil y simular olvidar la obligación de garpar. Mas, el que comíase el garrón de sacar el número fatídico prefirió la prisión a largar el gomán, con el fin de joder al regulador de la tómbola. Así nació el todopoder de la Sociedad: su valor eclesiástico, metafísico.

Al final, se dejó prácticamente de publicar la enumeración del capital a pagar y se pasó a dar a conocer, así nomás, el período a pasar en el buzón por poseer números de adversidad. Lo que en primer lugar no se advirtió fue importantísimo; fue la aparción inicial en la tómbola de fenómenos con excepción de cash. El éxito; espectacular. La población se copó y pidió más. La Sociedad se vio con la obligación de tener que aumentar la proporción fatal.

Cualquier pelandrún ha de saber que los de la ciudad babilónica son fanáticos de la lógica, aun de lo simétrico, y tomó cual estupidez cobrar o parar a prisión únicamente por sacar un número. Una confraternidad moral razonó que poseer un dineral no ha de implicar felicidad en cualquier ocasión. “¡Más mejor es tener salud, amor o los dos!”, clamó.

La inquietud también cundió en el arrabal. El ricachón podíase divertir con la tómbola; el pobretón, the small black head, únicamente ver y soportar la exclusión. Tal cuestión inspiró la mayor agitación que vivió la ciudad babilónica. Se pidió la libertad de participación en la tómbola. Un cusifai se afanó un cupón y en el sortear le tocó pasar un mes en el buzón. La ley fue idéntica: “Guardar un mes en prisión al ladrón de un cartón.” La parcialidad babilónica fanática de lo legal exclamó que al ladrón se debió castigar por robar. Los demás, magnánimos, por la simplísima actividad del azar. Igual, el chabón se jodió. La mayor multitud que se vio jamás se movilizó. Se repartió algún biandún, se camorreó, se amasijó a un pelandrún con berretín de bacán y a un botón, buchón de la patronal. Mas, la población logró imponer su voluntad y se consiguió con plenitud tan democrático fin. En primer término se logró la aceptación de la Sociedad de tomar el poder público, al igual que Juan Manuel, el Restaurador. (En realidad tal unificación fue de necesidad, por la complejidad y vastedad de lo que veíase venir). Después se logró también constituir una tómbola que dejó de cobrar, secretísima y general. No se vendió más el cupón. Así, cualquier cusifai entró a participar automáticamente en el sortear de la tómbola, que se realizó en el laberíntico lugar del dios Bel.

Utópico fue pretender calcular lo que determinó la tómbola en su devenir. Según el azar, se posibilitó acceder a gozar cualquier placer. Qué sé yo; comer con Marechal en lo de Arcángelo, lograr que te encamés con la Libertad Leblanc, salir campeón con Lamadrid en la B, etcétera. Mas la adversidad no faltó. Con la tómbola, además, se presentó la posibilidad de padecer dolor, humillación, rencor, eyaculación precoz. Capaz que un acontecer en particular –elevar al más allá a B, glorificar a C– se consiguió a partir de la múltiple combinación en el sortear. Tal actividad, la de combinar, fue dificilísima de concretar. Mas, no hay que olvidar que la Sociedad fue y es magnífica y sagaz. Te diré que es aminorar su virtud, pensar que conocer un placer o felicidad en particular es fábrica del azar únicamente. Más, la congregación de magnánimos evitó tal cuestión, a fin de no caer en el ridículo. Se valió de la sugestión y de lo mágico. Debió indagar y conocer el temor y el placer individual de la población. Contrató astrólogos y émulos de James Bond. Se valió de oráculos, epístolas anónimas, etcétera. Compiló y ordenó alfabéticamente la información.

Increíblemente no faltó la murmuración. La Sociedad, con su discreción habitual, no replicó explícitamente. Prefirió borrajear en la pared de la principal fábrica de la ciudad una declaración, en la que se refirió que la tómbola es la única y veraz interpolación del azar aquí, en el ámbito de lo terrenal, y postuló que, si aceptás el error no contradecís el azar, más bien lo corroborás. Y si bien no desautorizó a los oráculos, les negó cualidad oficial. Volví a leer tal argumentación la última vez que navegué por Internet y me metí en la página web de la Sociedad.

Tal afirmación apaciguó la inquietud pública. También, quizá sin querer, modificó con profundidad el espíritu y los métodos de la Sociedad. Te voy a explicar rápido, ya va a salir el tren y me las voy tener que picar.

Más allá de carecer de verosimilitud, jamás se pensó en teorizar el jugar. El babilónico no es de especular, más bien es de acatar los dictámenes del azar. Se va a entregar a él sin dudar ni pretender investigar su laberíntica ley. Mas, la declaración oficial que mencioné inspiró la gran discusión de condición jurídico–matemática. Así se conjeturó que, si la tómbola es la intensificación del azar, si es la periódica infusión de lo caótico. ¿Por qué el azar no está en la actividad total de la tómbola, en vez de tener únicamente un papel en el período inicial? ¿No es ridículo pensar que, si por azar hay que matar, las características de la defunción –la publicidad, el método a utilizar, etcétera– no estén también a raíz de el azar?

Al plantear la incógnita, se derivó en reformar con tal complejidad que únicamente el más cráneo logró comprender, mas yo te voy a intentar resumir simbólicamente.

Imaginá, según lo que salió en la tómbola, hay que matar a un perejil. Después, volver a sortear y así establecer quién lo va a destripar. Mas allí no ha de terminar la cuestión, hay que volver a sortear. Sortear con el fin de determinar con qué se lo va a achurar, sortear en qué lugar el chabón va a morir, sortear pa’ ver la posibilidad de reemplazar la adversidad por felicidad (encontrar un botín, quizá) o sortear con el fin de exacerbar la ejecución (se la podrá difamar o enriquecer –allí se necesitará torturar–). No hay que dejar de considerar la posibilidad de la negación del matador a cumplir con su misión… Así es, esquemáticamente, el proceder de la tómbola. En la realidad, el sortear es una actividad sin fin. No hay decisión única (ni unívoca), nomás ramificar y ramificar. Algún zapallón supondrá que la tómbola sin fin ha de requerir infinitud temporal. En realidad, ha de bastar con saber que lo que hay es la infinitud de división de lo temporal. Ya bien nos lo enseñó la famosísima parábola de la maratón que corrió la que vivió en Pehuajó. Tal infinitud va a condecir de manera genial con los excéntricos números del azar y con el Método Celestial de la Tómbola, que a los platónicos se les da por adorar.

También la tómbola ha de funcionar con lo impersonal, no sé con qué propósito. Llegó a decretar la colocación de un lapislázuli en el mar. Determinó liberar a un pájaro que voló por un ventanal. También, cíclicamente, añadir o sacar un cachitín del arenal de Madagascar. De lo que ha de resultar de tal actividad, mejor ni hablar.

A partir del accionar de la Sociedad, el vivir se saturó de azar. El comprador de diez ánforas de champán no se maravillará si en algún botellón de Chandón hay un talismán o una víbora yarará. El redactor de un papel judicial, jamás va a dejar de introducir algún error a propósito. Es más, yo también, en mi declaración, falseé algún esplendor, o atrocidad. Quizá algún monótono párrafo. El historiador babilónico, que es el más perspicaz, inventó un método pa’ corregir el azar. Es público que el proceder de tal método es (en general) verídico, mas el mentir no ha de faltar en su divulgación. Además, la ficción saturó y contaminó la historización de la Sociedad. La tómbola posibilitará la aparición de documentación paleográfica. No hay publicación sin alterar (ejemplar por ejemplar). El grupúsculo redactor juró en su actividad omitir, interpolar, variar. También, implícitamente, se ha de mentir.

La Sociedad se la rebuscó pa’ eludir la publicidad. Sus condiscípulos son anónimos. Sus órdenes, idénticas a las de cualquier impostor. Además, ¿quién se podrá jactar de ser un impostor? El borrachín que meó su pantalón, el soñador que, en un despertar súbito acabó con el vivir de su mujer. ¿No están a las órdenes de la Sociedad que les obligó a actuar así? Proceder con tal discreción, provocó la reflexión y se conjeturó. La conclusión más audaz insinuó que la Sociedad ha tiempo que dejó de existir y que el caótico vivir de la ciudad se heredó y es tradicional. También está la que juzgó a la Sociedad sin fin, y que perdurará nomás. Está la conclusión que planteó una Sociedad que, a pesar de tener la totalidad del poder, únicamente decidió influir en lo minúsculo; en el cantar de un pájaro, en el transitar de un ómnibus, en la luz del sol al amanecer. La conclusión más infeliz proclamó que la Sociedad jamás existió ni va a existir. Y la última, quizá la más vil, razonó que no hay mayor pelotudez que afirmar o negar la realidad de tal corporación. Y la verdad que sí, ¿no? ¿Qué te vas a gastar el cráneo? Si total, la ciudad babilónica no es más que el lugar en que se instaló el azar pa’ joder y jugar.

El que jamás vio

1 comment:

cristian mallea said...

Hola, camarada Koza:
Lo felicito, he comprobado dos cosas: que UD. es un talento como escritor y que ese talento es de la misma estatura que su locura. Siga así, querido compañero.
¡Un abrazo!

Cristian Mallea
http://nestordigest.blogspot.com/