La tómbola en la ciudad babilónica
Al igual que cualquier mortal de la ciudad babilónica, fui rey y fui peón. Fui Gardel, fui ratón. Fui bacán, fui buchón. Fui sultán, fui botón. Fui pachá y bufarrón. Conocí las cárceles y el desamor. También fui mujer. Total, acá da igual. Podés ser animal, zapallón, o a lo mejor un gran profesor. (Discépollo lo corroboró). Mirá, me corté un índice, ¿y qué? Mirá, me tatué en el estómago, en la zapán, el símbolo Beth y la verdad no entendí por qué. Ni te sé decir que es el Beth, ni el Aleph. Nomás fingí entender y así parecer más fifí. ¡Ah! Mas conocí lo que ningún filósofo helénico va a conocer jamás (ni en el más allá): el no saber, el ignorar. Yo aprendí a dudar.
Cambiar fue mi religión. Fui católico, musulmán, mormón. Recé el Corán, leí
Te voy a contar el por qué de mi situación de fluctuar y fluctuar. Yo viví (ya no), en la ciudad babilónica, que, cual gran kermés, se dedicó a ejercer el control a partir de la tómbola. No me calenté por conocer su fundamentación histórica. No sé con qué fin está. Mas, en mi nación, la tómbola es la principal realidad. Allí jamás medité en tal institución del azar; hoy, lejos de la ciudad, se me dio por pensar.
Mi papá me contó que la situación inicial no fue de éxito. Comenzó cual típica diversión de chantún. Me refirió, no sé si con verdad, que el cupón pa’ jugar comenzó vendiéndose en el lugar en el que, por lo común, te vas a rapar. El ganador beneficiábase, sin más corroboración del azar, un simpático dineral. El proceder fue elemental, ya lo ves.
Y así fue que tal tómbola fracasó. Su virtud moral no existió. No se dirigió a la total facultad del mortal, únicamente a su fe de poder triunfar. La sociedad que fundó la tómbola comenzó a perder parné. A fin de revertir tal situación, se optó por variar un poquitín. Se adicionó a la satisfacción de ganar, el garrón de perder. Consistió en proponer en el sortear, la posibilidad de pagar en vez de recibir. Sacar diez números de favor y un número fatídico. Así, el interés del público se despertó y hoy, ya son fanáticos de la tómbola. “Si querés venir a vivir a la ciudad babilónica, ¡tenés que comprar un cartón y jugar a la tómbola! Te saldrá un doblón o a lo mejor tres; con símbolos numéricos, grafemáticos o de los dos. Ya sabés, podés ganar o no, mas te divertís un montón.”, se cantó en la publicidad radial. En mi nación, no jugar fue fatal; fue de maricón, de pusilánime, de cagón. Después, tal desdén se duplicó: se despreció al no jugador, y también al perdedor. “Si pagás sos un boludón”, se gritó por allí.
Al final, se dejó prácticamente de publicar la enumeración del capital a pagar y se pasó a dar a conocer, así nomás, el período a pasar en el buzón por poseer números de adversidad. Lo que en primer lugar no se advirtió fue importantísimo; fue la aparción inicial en la tómbola de fenómenos con excepción de cash. El éxito; espectacular. La población se copó y pidió más.
Cualquier pelandrún ha de saber que los de la ciudad babilónica son fanáticos de la lógica, aun de lo simétrico, y tomó cual estupidez cobrar o parar a prisión únicamente por sacar un número. Una confraternidad moral razonó que poseer un dineral no ha de implicar felicidad en cualquier ocasión. “¡Más mejor es tener salud, amor o los dos!”, clamó.
La inquietud también cundió en el arrabal. El ricachón podíase divertir con la tómbola; el pobretón, the small black head, únicamente ver y soportar la exclusión. Tal cuestión inspiró la mayor agitación que vivió la ciudad babilónica. Se pidió la libertad de participación en la tómbola. Un cusifai se afanó un cupón y en el sortear le tocó pasar un mes en el buzón. La ley fue idéntica: “Guardar un mes en prisión al ladrón de un cartón.” La parcialidad babilónica fanática de lo legal exclamó que al ladrón se debió castigar por robar. Los demás, magnánimos, por la simplísima actividad del azar. Igual, el chabón se jodió. La mayor multitud que se vio jamás se movilizó. Se repartió algún biandún, se camorreó, se amasijó a un pelandrún con berretín de bacán y a un botón, buchón de la patronal. Mas, la población logró imponer su voluntad y se consiguió con plenitud tan democrático fin. En primer término se logró la aceptación de
Utópico fue pretender calcular lo que determinó la tómbola en su devenir. Según el azar, se posibilitó acceder a gozar cualquier placer. Qué sé yo; comer con Marechal en lo de Arcángelo, lograr que te encamés con
Increíblemente no faltó la murmuración.
Tal afirmación apaciguó la inquietud pública. También, quizá sin querer, modificó con profundidad el espíritu y los métodos de
Más allá de carecer de verosimilitud, jamás se pensó en teorizar el jugar. El babilónico no es de especular, más bien es de acatar los dictámenes del azar. Se va a entregar a él sin dudar ni pretender investigar su laberíntica ley. Mas, la declaración oficial que mencioné inspiró la gran discusión de condición jurídico–matemática. Así se conjeturó que, si la tómbola es la intensificación del azar, si es la periódica infusión de lo caótico. ¿Por qué el azar no está en la actividad total de la tómbola, en vez de tener únicamente un papel en el período inicial? ¿No es ridículo pensar que, si por azar hay que matar, las características de la defunción –la publicidad, el método a utilizar, etcétera– no estén también a raíz de el azar?
Al plantear la incógnita, se derivó en reformar con tal complejidad que únicamente el más cráneo logró comprender, mas yo te voy a intentar resumir simbólicamente.
Imaginá, según lo que salió en la tómbola, hay que matar a un perejil. Después, volver a sortear y así establecer quién lo va a destripar. Mas allí no ha de terminar la cuestión, hay que volver a sortear. Sortear con el fin de determinar con qué se lo va a achurar, sortear en qué lugar el chabón va a morir, sortear pa’ ver la posibilidad de reemplazar la adversidad por felicidad (encontrar un botín, quizá) o sortear con el fin de exacerbar la ejecución (se la podrá difamar o enriquecer –allí se necesitará torturar–). No hay que dejar de considerar la posibilidad de la negación del matador a cumplir con su misión… Así es, esquemáticamente, el proceder de la tómbola. En la realidad, el sortear es una actividad sin fin. No hay decisión única (ni unívoca), nomás ramificar y ramificar. Algún zapallón supondrá que la tómbola sin fin ha de requerir infinitud temporal. En realidad, ha de bastar con saber que lo que hay es la infinitud de división de lo temporal. Ya bien nos lo enseñó la famosísima parábola de la maratón que corrió la que vivió en Pehuajó. Tal infinitud va a condecir de manera genial con los excéntricos números del azar y con el Método Celestial de
También la tómbola ha de funcionar con lo impersonal, no sé con qué propósito. Llegó a decretar la colocación de un lapislázuli en el mar. Determinó liberar a un pájaro que voló por un ventanal. También, cíclicamente, añadir o sacar un cachitín del arenal de Madagascar. De lo que ha de resultar de tal actividad, mejor ni hablar.
A partir del accionar de
El que jamás vio
1 comment:
Hola, camarada Koza:
Lo felicito, he comprobado dos cosas: que UD. es un talento como escritor y que ese talento es de la misma estatura que su locura. Siga así, querido compañero.
¡Un abrazo!
Cristian Mallea
http://nestordigest.blogspot.com/
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