Saturday, November 17, 2007

Diez indiecitos

Las frazadas disfrazadas

De cobijas cobijaban

Indiecitos enjaulados,

En fila india ordenados.

Pues cumplían duras penas;

Quince años de condena.

La justicia calavera

No chilló y dictó sentencia.

Sin llegar al genocidio

Cometieron homicidios.

Liquidaron siete viejas

Por dos platos de lentejas.

Sepultaron tres caudillos

Para hurtarles picadillo,

Cinco latas de morrones,

Sales gruesas, pimentones,

Mayonesas, mermeladas,

Una tarta de manzanas,

Chocolates, Mantecoles,

Y de maicena alfajores.

Y también asesinaron,

Ocho pares de escribanos,

Por negarles una audiencia.

Ni ocultaron la evidencia.

Y la poli en su pericia

Determinó con justicia:

Los finados; confinados,

A ataúdes sin laúdes,

Ya redondos, ya oblongos

Hacia el hondo bajo fondo.

Y los indios a las celdas.

¡Qué tremenda reprimenda!

Tantos años encerrados

Se volvieron mahometanos.

Practicaron el budismo.

Y también el judaísmo.

Y con esas religiones

Derivaron en mormones.

Ya después en protestantes,

Y más luego en atenuantes

Apostólicos romanos

Los católicos indianos.

Así fue que terminaron

Y sus vidas novelaron,

Alabando al Corpus Christi,

Por la autora Ágatha Christie.

Sunday, June 24, 2007

Máxima paso a paso

Se oye música.

Se oye poca música.

Se oye poca buena música.

Existe poca buena música.

Es poca, pero buena música.

Poca, pero muy buena.

Existen pocas cosas buenas.

Existen pocas cosas, pero buenas.

Existen pocas cosas, pero bueno.

Existen pocas personas buenas.

Son pocas las personas buenas.

Somos pocas las personas buenas.

Somos pocos los buenos.

Somos pocos, pero bueno.

Somos pocos.

Pocos como la música.

Como la música buena.

Y como las cosas buenas.

Lo bueno viene en frasco chico.

En uno grande sobraría espacio.

Porque lo bueno es chico.

Existen en cantidades limitadas.

Las cosas malas no.

Las cosas malas son muchas.

Hay muchas cosas malas.

Muchas, muchas, muchas.

Cantidades superfluas de cosas malas.

Existe un número superlativo de cosas malas.

Es un gran número.

Un número de muchas cifras.

Porque lo malo es grande.

No existe frasco alguno que pueda contener la maldad.

No existe un frasco tan grande.

Pero frascos malos sí existen.

De esos que se rompen enseguida.

Que son requetefrágiles.

Y no aguantan nada.

Y hacen que se derrame el contenido.

Y uno pierda lo que allí guardaba.

Y si era un frasco chico peor.

Porque seguro contenía algo bueno.

Un frasco chico no puede contener cosas malas.

Las cosas malas no vienen enfrascadas.

Las cosas malas andan libres.

Las cosas buenas están presas.

Y para colmo de males, en frasco chico.

Andan todas apretujadas.

Esperando que el frasco se abra.

O se rompa.

Y así poder ser libres.

Pero libres se vuelven malas.

Porque lo bueno viene en frasco.

Lo bueno viene en frasco chico.

Wednesday, May 23, 2007

En nombre del nombre

Joaquín Carmelo viene a ser solo un membrete
que le pusieron en la pila bautismal,
pero su nombre de combate es Barrilete
le cae al pelo, con su personalidad.

(Carlos Mejía Godoy, Quincho Barrilete)

Su nombre no era de los que podrían considerarse “raros” o exóticos. Pero tampoco se ubicaba de buenas a primeras entre los más comunes. Porque si bien es cierto que no se llamaba Nicéforo, ni Ermenegildo, ni Heliogábalo; tampoco se llamaba Luis, Pedro o Juan. En todo caso podríamos pactar que que su nombre se ubicaba cercano al límite que divide a los nombres habituales de los otros. Se llamaba Walter y tal nominativo fue producto de la improvisación paterna. Porque, luego de que Lidia Orellana diera a Luz un día antes del día de la lealtad en el sanatorio de la Unión Obrera Metalúrgica, su esposo, Mario Jesús Koza, se dirigió al Registro Civil de las Personas con el inocente propósito de anotarlo como Wilmar Adrián Koza. Walter nunca creyó en los milagros, quizá porque ignoraba que su misma identidad fue milagrosa. Pues, ¿qué otra cosa más que la gracia divina pudo haberlo salvado de llamarse de semejante forma?

Afortunadamente el Registro Civil fue más discreto que el joven matrimonio Koza y les negó rotundamente ese atentado contra el buen gusto. Porque uno, ante todo, es un nombre. Lo demás es secundario. Nuestros títulos, prestigios o decadencias son nada más que aditivos con el que lo adornamos. Por eso, quizá no sea del todo osado suponer que el acto más digno, pero a la vez el más cruel, de nuestro padres sea el de elegir un nombre para sus hijos.

La negativa debió haberlo hecho vacilar al joven Mario Jesús, que en aquel octubre de mil novecientos setenta y seis contaba apenas con diecinueve años. Encima tenía que tomar una decisión y pronto. Detrás de él, la cola conformada por otros padres se impacientaba. Seguro le pidió consejo al empleado público y éste, fijándose en la lista, habrá dicho “Walter” y el padre asentiría con poca convicción pero con firmeza.

Walter. Walter Adrián. Walter Adrián Koza.

Varias veces Walter se preguntó si Walter era un nombre raro o común. Con el apellido no había tenido opción y nunca se inmutó por las burlas. Ni siquiera en la adolescencia, cuando éstas eran más crueles. Ni siquiera cuando daba clases en el secundario y después de presentarse como el profesor Koza escuchaba el acceso de risa disimulado en un carraspeo. Su apellido lo tenía sin cuidado, hasta le agradaba como sonaba. Tampoco había problemas con su segundo nombre, Adrián. A lo mejor, le parecía un tanto afeminado pero no le hacía mella. En todo caso le daba un simpático aire posmoderno y él prefería la franca superficialidad de lo posmoderno al esnobismo clasicista. No había inconvenientes con Koza, ni con Adrián. El problema de Walter estaba en Walter.

Y Walter la pasó mal por culpa de Walter un martes al anochecer, hace algunos años. Él había salido de la facultad con un ejemplar de la Divina Comedia en la magistral versión de Bartolomé Mitre y una copia del último trabajo discográfico de Miranda! guardados cuidadosamente en su maletín. Llegó a la parada de ómnibus y el 153 parecía estar aguardándolo. Se alegró por ello, pues, por lo general, tenía que esperarlo varios minutos. Como un autómata le hizo señas, lo abordó e insertó la tarjeta en el aparatito que le descontó un viaje. Encima había un asiento vacío justo para él. Su dicha era completa.

Se úbicó en el último de los asientos dobles, del lado del pasillo y de esa manera completó el máximo de pasajeros sentados. Los que iban subiendo se resignaban a viajar de pie.

El coche se fue llenando paulatinamente. Una joven rubia con sus correspondientes ojos celestes y una figura escultural subió en Urquiza, más o menos a la altura de Presidente Roca. Allí, el ómibus estaba casi colmado y le costó marcar la tarjeta. Pero luego de hacerlo, lo vio y sonrió como una modelo. “¡Walter!”, gritó desde aquel extremo del colectivo, “¡Ey, Walter!”. Walter se sorprendió y gratamente vio como la chica se encaminaba hacia donde él estaba, sorteando pasajeros y tratando de no perder el equilibrio en las bruscas maniobras que ejecutaba el chofer al conducir.

Tardó bastante en llegar, casi cinco cuadras. Walter se reprochaba no acordarse en absoluto de ella, que a medida que se acercaba parecía ser más linda y agregar una hilera de dientes a su sonrisa. Cuando el encuentro se hacía inminente, él se preparaba para pararse y cederle el asiento. Fingiría en los primeros instantes. No le diría que no se acordaba quién era. Confiaba en que, al avanzar la conversación, su memoria se fuera refrescando.

Walter ya tenía las manos en espaldar del asiento de adelante y hasta esbozó una sonrisa a la rubia, quien, sin prestarle la más mínima atención, le estiró la trompa al tipo que estaba sentado del lado de la ventanilla y lo saludó con un caluroso beso en la mejilla derecha.

Nadie se dio cuenta pero Walter enrojeció de vergüenza y durante días pensó en el papelón que podía haber protagonizado. Cada vez que relata este acontecimiento, rememora los latidos acelerados del corazón y la conversación del segundo Walter, el afortunado, con la rubia. Uno de ellos había comenzado un curso en la Peña Fotográfica de Rosario pero ya no puede precisar cuál de los dos.

Sunday, April 01, 2007

De cómo Sofío da muestras de grandes capacidades olfativas

(Capítulo Primero de la novela: La suprasensible y particularmente individual historia de Sofío Feliciasi)

—Me parece que tiene que levantar la nota mijito –dijo la maestra Mariela a su alumno Sofío, utilizando un leve, aunque inconfundible tono de ironía.

Sofío se agachó lo suficiente como para que sus manecillas de niño inocente alcanzaran el suelo y recogió el papel que se le había caído. Acto seguido, plegándolo cuidadosamente se lo guardó en uno de los bolsillos laterales del guardapolvos.

—Ya está –dijo–, ya la levanté.

—No me refiero a ese tipo de nota.

—¿A qué tipo se refiere entonces? –inquirió Sofío.

—Otro tipo. Ese, al que tú te has referido recién, dejó de tener importancia.

—Ah, bueno –dijo Sofío y tiró al piso la esquela.

—¡Levanta esa nota inmediatamente! –gritó la maestra y su alumno obedeció.

—No la entiendo miss Mariela –dijo Sofío tratando de disimular su mal humor–. Hace un rato me dijo que la nota no tenía importancia.

—No me has entendido, dije que «ese» tipo de asuntos no tiene importancia –contestó la docente y agarró a Sofío de los hombros en actitud desesperada–. Lo que a mí me importa son otros tipos, ¿me entiendes? ¡Otros tipos!

—¡Mariela! –gritó la profesora de Asuntos Internos, señorita Gibraltasia, que justo en esos momentos pasaba por allí realizando su ronda matutina para comprobar que todo estuviese en orden.

—¡Gibraltasia! –contestó al grito de su colega la maestra de Sofío–. Esto puedo explicártelo. No es lo que piensas.

—¿Te parece bonito andar ventilando tus asuntos con los tipos? –la docente de Asuntos Internos entró al aula blandiendo su regla reglamentaria que utilizaba para propinar reglazos a todos aquellos que alterasen el orden en la alta casa de estudios, Colegio San Rocco–. ¡Y encima a tus propios alumnos!

—¿Por qué pluralizas tanto? –quiso saber Mariela– ¿Por qué dices mis “propios alumnos” si en realidad tengo a uno sólo; Sofío? –y señaló al niño–. Los demás ya se fueron a sus casas, a este lo dejé después de hora.

—No tengo por qué contestarte eso, yo sólo respondo ante la Benemérita Profesora de Estudios Gramaticales. –Pronunció esto último con voz altiva.

—No viene al caso –dijo la maestra de Sofío–. Además yo no estoy ventilando nada.

Sofío, en forma muy disimulada se apartó de las docentes y llegó hasta una de las ventanas del salón. Con minuciosidad la abrió de par en par. “Ya que miss Mariela no quiere ventilar nada –pensó–, por lo menos yo voy a ventilar el salón. Algo huele mal en Dinamarca.

—¡Qué sentido del olfato tienes, Sofío! –exclamó Mariela como si hubiese leído el pensamiento de su alumno– Percibir los olores dinamarqueses desde aquí es algo fuera de lo común.

—¿Cómo supo que yo había olido... —quiso saber Sofío, pero no pudo terminar de formular la pregunta a causa de la más que inoportuna interrupción de la profesora de Asuntos Internos.

—¡Basta de cháchara! –dijo Gibraltasia– Esta vez has ido demasiado lejos Mariela, voy a tener que informar a mis superiores.

Y sin más, giró sobre sus talones y salió del aula.

—¡Gibraltasia nooo! –gritó Mariela y se fue tras su colega, dejando a su alumno completamente solo.

Entonces Sofío aprovechó para hacer las travesuras típicas de todo niño de su edad.

Primero se cercioró de que no hubiese nadie en los pasillos y luego fue al escritorio de la maestra y buscó su cartera. Cuando la encontró la abrió y extrajo de ella un teléfono celular y marcó la característica de Dinamarca y después un número de ocho cifras compuesto por dígitos completamente azarosos. Cuando atendieron, él preguntó si allí había algo que oliera mal (Sofío dominaba todo tipo de dialectos daneses). Le contestaron que en los últimos días se había congestionado el sistema de cloacas y también se hablaba de ciertos casos de corrupción que empañaban el prestigio de ese país pero que, más allá de eso, las cosas se desenvolvían con normalidad. Conforme con eso, Sofío cortó el teléfono y se puso a curiosear en la cartera de la maestra. Encontró una revista de crucigramas, una caja de pastillas para adelgazar y otra con anticonceptivos. Prolijamente intercambió el contenido de ambas cajas y las dejó en el mismo lugar de donde las había sacado. Como Mariela seguía sin aparecer, tomó un lápiz y, fijándose con atención en las soluciones, completó los juegos que traía la revista de crucigramas y hasta se dio el lujo de corregir dos respuestas erróneas que había puesto su maestra.

Diecisiete segundos después apareció Mariela cogida del brazo de la profesora de Asuntos Internos. Ambas se veían tranquilas y relajadas.

—Muy bien mijito –dijo Mariela–, ya puedes irte y no olvides entregarle la nota a tus padres.

—No señorita –contestó Sofío con la típica sonrisita de niño bueno. Un angelito de criatura.

Cuando se fue, Gibraltasia acarició la oreja derecha de Mariela y le dijo:

—Bien querida, ahora podemos continuar con lo nuestro.



Tuesday, January 23, 2007

Pérez Menardinho, autor de "Almacenero asaltado dos veces en un día"

Rechazando vetustos procedimientos textuales que simplemente se limitan a copiar imperfectamente retazos de una realidad aciaga, desanquilosando el arte literario, cautivo de meros estereotipos taciturnos; la producción de un joven poeta se erige en el firmamento de las nuevas letras vanguardistas. Xavier Joao Pérez Menardinho, oriundo de Boa Vista, acaba de sorprendernos con un nuevo poema de su autoría; “Almacenero asaltado dos veces en un día”.

Nosotros, quienes realizamos la revista de crítica cultural Vanguardia e Identidade, nos sentimos verdaderamente honrados al compartir una charla exclusiva —ya que ningún otro medio solicitó entrevista—, con el maestro. Después de concluir su cuarto libro de poemas, A gruta da garota, Pérez Menardinho se tomó un tiempo para nutrirse de los más frescos exponentes de la literatura contemporánea, y a estos, no los encontró en arcaicos volúmenes ocultos en polvorientas bibliotecas, ni en húmedas y desagradables librerías de viejo (nombre que anticipa lo único que se puede llegar a encontrar; vejez). Sino que por el contrario, nuestro joven poeta halló la fuente de inspiración, nada más ni nada menos que en periódicos informativos, en las populares gacetas que con igual ahínco nos informan sobre las peripecias gubernamentales y sobre los resultados de los encuentros futbolísticos. Luego de hacerse de varios ejemplares, Pérez Menardinho comenzó con su inigualable proceso de escritura.

—La realidad es unívoca —declara el joven poeta—, carente de sorpresas, mi visión artística le adiciona esa pizca de pasión que necesita para no convertirse en un simple y aburrido círculo de rutina.

Participante activo del movimiento vanguardista brasileño, Pérez Menardinho es uno de los precursores del “dadaísmo” en el territorio sudamericano. Bajo el ala del manifiesto redactado por Tristán Tzara, purgó una de las obras más originales de todos los tiempos.

“Almacenero asaltado dos veces en un día” fue confeccionado mediante la técnica del recorte de palabras de diarios, procedimiento de lo más trasgresor y a la vez, de lo más sofisticado.

—Tomé un periódico —nos contaba Pérez Menardinho—, tomé unas tijeras. Escogí en el periódico un artículo que tuviera la longitud que yo deseaba darle a mi poesía. Recorté el artículo. Recorté después con cuidado cada palabra que formaba ese artículo y las puse en un cartucho.

De pronto, el poeta dejó de hablar y clavó su vista en el atardecer que se mostraba en una de las ventanas, como dejando el silencio que se deja antes de anunciar una sentencia máxima. Finalmente, Pérez Menardinho suspiró y nos confesó:

—Las tijeras estaban desafiladas. ¡Me costó un horror cortar esas palabras! Pero lo cierto es que lo hice, sí señor. Y luego de colocarlas en el cartucho agité suavemente para luego abrirlo y sacar las palabras una tras otra, disponiéndolas en el orden en el que las había sacado, las copié concienzudamente... Y la poesía se apareció ante mí.

Pero aquí no termina la cuestión, no podemos dejar de advertir el importante papel que jugó el azar en la confección del poema. Pues, grande sería la sorpresa de Pérez Menardinho al descubrir que las palabras iban surgiendo, exactamente en el mismo orden que el artículo periodístico. De este modo, poesía e información confluyeron en dos enunciados idénticos pero diferentes.

Es una revelación cotejar el “Almacenero asaltado dos veces en un día” de Pérez Menardinho con el del anónimo cronista. Éste, por ejemplo, escribió:

“En la segunda ocasión, el maleante de veintisiete años se dio a la fuga llevándose consigo ciento veinte cruceiros, una caja de galletas de chocolate, dos latas de anchoas, un kilo y medio de jamón crudo y varios artículos de panificación.”

Redactado en forma apresurada y despreocupada, sin ningún criterio estético, el aburrido reportero da una simple enumeración de las cosas robadas. Menardinho, en cambio, escribe:

“En la segunda ocasión, el maleante de veintisiete años se dio a la fuga llevándose consigo ciento veinte cruceiros, una caja de galletas de chocolate, dos latas de anchoas, un kilo y medio de jamón crudo y varios artículos de panificación.”

¡La más sublime mirada a la situación de un desposeído que se ve obligado a delinquir para poder subsistir en una sociedad implacable!

Vaya a saber qué capricho del destino jugó en la elaboración de un poema para que las palabras coincidiesen en su totalidad y Pérez Menardinho se transformara en un escritor infinitamente original y dotado de una sensibilidad encantadora aunque, desde luego, sin lograr la comprensión de la gente vulgar.

Pero ese no fue el peor de los males, la gente vulgar no solo no lo comprendió, no se conformó con eso. También lo condenó y aplicando todo el rigor de la ley. Porque no fueron los chapuceros de siempre que se jactan de ser críticos literarios (¡Cínicos literarios a nuestro entender!), sino que el mismísimo poder judicial fue el encargado de dictaminarle la sentencia a nuestro escritor y héroe.

Y así, justamente en lo más interesante de su oratoria, un guardia entró a la sala de visitas de la cárcel estatal de Sao Pablo, donde el poeta dadaísta se haya recluido cumpliendo una condena de veinte años de prisión, luego de que la corte fallara a favor del periódico que lo acusó de plagio.

Sin poder permanecer más tiempo, le estrechamos la mano y nos retiramos, no sin antes dejarle un paquete de cigarrillos y un poco de yerba mate y sabiendo que, más allá de los barrotes, nosotros encontramos a Pérez Menardinho verdaderamente simpático.

Wednesday, January 03, 2007

Una vida perfectamente normal

En mi corazón se albergaba un sentimiento recíproco. Por un lado estaba Leticia a quien amaba con extremo frenesí y, por otro, la madre a quien aborrecía con el odio más despreciable que ser humano pudiera tener. A su vez ambas mujeres correspondían a mi sentimiento de la misma manera: Leticia me juraba que no podía vivir sin mí y la madre, cada vez que me veía, se lamentaba no tener a mano un matagatos o alguna piedra de tamaño mediano para arrojarme.

Como no podía ser de otra manera tomé la mejor de las decisiones. Después de visitar durante años a Leticia, me casé con su madre y llevé a las dos mujeres a vivir conmigo. Así, durante el día, castigaba duramente a mi esposa y por las noches me metía en la alcoba de mi hijastra para satisfacer mis deseos más lujuriosos.

No podía echar a perder una ambigüedad tan intensa como la de Leticia y su madre, pues ésta me proporcionaba los extremos necesarios que precisa todo hombre equilibrado que se precie de tal.