Tuesday, January 23, 2007

Pérez Menardinho, autor de "Almacenero asaltado dos veces en un día"

Rechazando vetustos procedimientos textuales que simplemente se limitan a copiar imperfectamente retazos de una realidad aciaga, desanquilosando el arte literario, cautivo de meros estereotipos taciturnos; la producción de un joven poeta se erige en el firmamento de las nuevas letras vanguardistas. Xavier Joao Pérez Menardinho, oriundo de Boa Vista, acaba de sorprendernos con un nuevo poema de su autoría; “Almacenero asaltado dos veces en un día”.

Nosotros, quienes realizamos la revista de crítica cultural Vanguardia e Identidade, nos sentimos verdaderamente honrados al compartir una charla exclusiva —ya que ningún otro medio solicitó entrevista—, con el maestro. Después de concluir su cuarto libro de poemas, A gruta da garota, Pérez Menardinho se tomó un tiempo para nutrirse de los más frescos exponentes de la literatura contemporánea, y a estos, no los encontró en arcaicos volúmenes ocultos en polvorientas bibliotecas, ni en húmedas y desagradables librerías de viejo (nombre que anticipa lo único que se puede llegar a encontrar; vejez). Sino que por el contrario, nuestro joven poeta halló la fuente de inspiración, nada más ni nada menos que en periódicos informativos, en las populares gacetas que con igual ahínco nos informan sobre las peripecias gubernamentales y sobre los resultados de los encuentros futbolísticos. Luego de hacerse de varios ejemplares, Pérez Menardinho comenzó con su inigualable proceso de escritura.

—La realidad es unívoca —declara el joven poeta—, carente de sorpresas, mi visión artística le adiciona esa pizca de pasión que necesita para no convertirse en un simple y aburrido círculo de rutina.

Participante activo del movimiento vanguardista brasileño, Pérez Menardinho es uno de los precursores del “dadaísmo” en el territorio sudamericano. Bajo el ala del manifiesto redactado por Tristán Tzara, purgó una de las obras más originales de todos los tiempos.

“Almacenero asaltado dos veces en un día” fue confeccionado mediante la técnica del recorte de palabras de diarios, procedimiento de lo más trasgresor y a la vez, de lo más sofisticado.

—Tomé un periódico —nos contaba Pérez Menardinho—, tomé unas tijeras. Escogí en el periódico un artículo que tuviera la longitud que yo deseaba darle a mi poesía. Recorté el artículo. Recorté después con cuidado cada palabra que formaba ese artículo y las puse en un cartucho.

De pronto, el poeta dejó de hablar y clavó su vista en el atardecer que se mostraba en una de las ventanas, como dejando el silencio que se deja antes de anunciar una sentencia máxima. Finalmente, Pérez Menardinho suspiró y nos confesó:

—Las tijeras estaban desafiladas. ¡Me costó un horror cortar esas palabras! Pero lo cierto es que lo hice, sí señor. Y luego de colocarlas en el cartucho agité suavemente para luego abrirlo y sacar las palabras una tras otra, disponiéndolas en el orden en el que las había sacado, las copié concienzudamente... Y la poesía se apareció ante mí.

Pero aquí no termina la cuestión, no podemos dejar de advertir el importante papel que jugó el azar en la confección del poema. Pues, grande sería la sorpresa de Pérez Menardinho al descubrir que las palabras iban surgiendo, exactamente en el mismo orden que el artículo periodístico. De este modo, poesía e información confluyeron en dos enunciados idénticos pero diferentes.

Es una revelación cotejar el “Almacenero asaltado dos veces en un día” de Pérez Menardinho con el del anónimo cronista. Éste, por ejemplo, escribió:

“En la segunda ocasión, el maleante de veintisiete años se dio a la fuga llevándose consigo ciento veinte cruceiros, una caja de galletas de chocolate, dos latas de anchoas, un kilo y medio de jamón crudo y varios artículos de panificación.”

Redactado en forma apresurada y despreocupada, sin ningún criterio estético, el aburrido reportero da una simple enumeración de las cosas robadas. Menardinho, en cambio, escribe:

“En la segunda ocasión, el maleante de veintisiete años se dio a la fuga llevándose consigo ciento veinte cruceiros, una caja de galletas de chocolate, dos latas de anchoas, un kilo y medio de jamón crudo y varios artículos de panificación.”

¡La más sublime mirada a la situación de un desposeído que se ve obligado a delinquir para poder subsistir en una sociedad implacable!

Vaya a saber qué capricho del destino jugó en la elaboración de un poema para que las palabras coincidiesen en su totalidad y Pérez Menardinho se transformara en un escritor infinitamente original y dotado de una sensibilidad encantadora aunque, desde luego, sin lograr la comprensión de la gente vulgar.

Pero ese no fue el peor de los males, la gente vulgar no solo no lo comprendió, no se conformó con eso. También lo condenó y aplicando todo el rigor de la ley. Porque no fueron los chapuceros de siempre que se jactan de ser críticos literarios (¡Cínicos literarios a nuestro entender!), sino que el mismísimo poder judicial fue el encargado de dictaminarle la sentencia a nuestro escritor y héroe.

Y así, justamente en lo más interesante de su oratoria, un guardia entró a la sala de visitas de la cárcel estatal de Sao Pablo, donde el poeta dadaísta se haya recluido cumpliendo una condena de veinte años de prisión, luego de que la corte fallara a favor del periódico que lo acusó de plagio.

Sin poder permanecer más tiempo, le estrechamos la mano y nos retiramos, no sin antes dejarle un paquete de cigarrillos y un poco de yerba mate y sabiendo que, más allá de los barrotes, nosotros encontramos a Pérez Menardinho verdaderamente simpático.

Wednesday, January 03, 2007

Una vida perfectamente normal

En mi corazón se albergaba un sentimiento recíproco. Por un lado estaba Leticia a quien amaba con extremo frenesí y, por otro, la madre a quien aborrecía con el odio más despreciable que ser humano pudiera tener. A su vez ambas mujeres correspondían a mi sentimiento de la misma manera: Leticia me juraba que no podía vivir sin mí y la madre, cada vez que me veía, se lamentaba no tener a mano un matagatos o alguna piedra de tamaño mediano para arrojarme.

Como no podía ser de otra manera tomé la mejor de las decisiones. Después de visitar durante años a Leticia, me casé con su madre y llevé a las dos mujeres a vivir conmigo. Así, durante el día, castigaba duramente a mi esposa y por las noches me metía en la alcoba de mi hijastra para satisfacer mis deseos más lujuriosos.

No podía echar a perder una ambigüedad tan intensa como la de Leticia y su madre, pues ésta me proporcionaba los extremos necesarios que precisa todo hombre equilibrado que se precie de tal.